Al principio no sentí tristeza. El impacto y la madrugada me llevaron a la ducha con muchas preguntas que no me dejaban reaccionar. Sin estar seguro de mi vigilia, cubierto con el calorcito del chorro, pensé en el fin de la vida, la ausencia, el cambio. No me imaginaba lo que había más allá, no me esforzaba en visualizar el viaje de mi abuelo; sólo le daba vueltas a la idea de vivir sin él. Pensaba en mí, en el agua salada que se juntaba en mis ojos y no en por qué sentía que me desarmaba por dentro.