María del Carmen Martínez Martínez

Al analizar el ámbito numinoso de Cihuacóatl, Sahagún anota que Tonantzin —identificada con la Virgen de Guadalupe— residía en el Monte Tepeyac; recordemos que en 1570 el célebre cronista advertía en esta asociación “una invención satánica” para paliar la idolatría, externando dudas respecto al carácter católico de esta fe. En su clásico estudio sobre el guadalupanismo mexicano, De la Maza comentando el texto de Sahagún, advierte con razón que:
Los indígenas […] siguieron oyendo en los nuevos teopixques o sacerdotes, el mismo vocablo que utilizaron los antiguos y fue Tonatzin o “nuestra madre”, tanto el antiguo ídolo como la posterior imagen cristiana […] Los indios no podían acabar de distinguir bien entre la una y la otra en estos momentos en que ‘estaban tan tiernos de fe’, como dice Grijalva, o en que se sentían nepantla, es decir, en medio entre un culto y otro, como lo explicaría en 1585 un indio al cronista fray Diego de Durán

Hay un punto en el que coinciden Cortés, sus acusadores y los testigos, que ese día se acostó sana y amaneció muerta. El que hubiese danzado alegremente horas antes favoreció la rápida difusión de los rumores, sin considerar los episodios previos de desvanecimientos. Lo que sí podemos concluir es que la muerte de Catalina siguió atada a la vida de Cortés, un hombre que, por su personalidad, con sus luces y sus sombras, suscitó posturas encontradas. La muerte de su primera esposa fue inevitablemente un motivo para ataques, con o sin fundamento.