A medida que comían y bebían, los convives se sentían cada vez más ligeros de peso y de corazón. Ya no necesitaban tener presente su promesa. Es, se daban cuenta, en el momento en que el hombre no solo olvida por completo, sino que renuncia firmemente a toda idea de alimento y bebida, cuando come y bebe con el adecuado estado de ánimo.