El problema es que tenemos la mala costumbre, alentada por gente pedante y rebuscada, de considerar la felicidad como algo bastante estúpido. Solo el dolor es intelectual, solo la maldad es interesante. Esa es la traición del artista: la negación a admitir la banalidad del mal y el terrible aburrimiento del dolor. Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Si te duele, lo repites. Pero elogiar la desesperación es condenar el placer, abrazar la violencia es dejar escapar todo lo demás. Casi lo hemos dejado escapar; ya no podemos describir a un hombre feliz, ni celebrar la alegría.