Hay palabras dotadas de poder para reptar por el suelo. Tienen que ver con los pies y con las manos, con la textura de lo blando y de los cuerpos, con la orina y con la tierra, con la pobreza y con las cosas groseramente digestivas. Merodean el recuerdo de los primeros sabores, el aroma a hojas quemadas y las manos frías de alguien que te importa; palabras que de pronto en el exceso cotidiano de teclas e imágenes te sorprenden, ¡caramba, hay cuerpo! Son sobre todo palabras del tocar y del oler, de la muerte, de la boca y de la carne.