Leila Slimani

Nos sentimos en soledad estando con niños. A ellos les da igual los contornos de nuestro mundo. Intuyen su dureza, su negrura, pero no quieren enterarse.

Solo seremos felices, se dice, cuando ya no nos necesitemos unos a otros. Cuando cada cual viva su propia vida, una vida que nos pertenezca, en la que nadie interfiera. Cuando seamos libres.

Espero que algún día experimentes esa sensación.
La crueldad de los que se saben queridos.

El amor solo es paciencia. Una paciencia devota, ferviente, tirana. Una paciencia optimista contra toda razón.

Myriam jamás se atrevería a contarle a Emma ese pensamiento fugaz, esa idea que más que cruel es vergonzante, y que le viene a la mente cuando observa a Louise con sus hijos. Solo seremos felices, se dice, cuando ya no nos necesitemos unos a otros. Cuando cada cual viva su propia vida, una vida que nos pertenezca, en la que nadie interfiera. Cuando seamos libres.

Nos sentimos en soledad estando con niños. A ellos les da igual los contornos de nuestro mundo. Intuyen su dureza, su negrura, pero no quieren enterarse.

No fingen sentir lástima de los desgraciados.

Pero Myriam no quería saber nada de recurrir a una canguro. Ella era la única capaz de responder a las necesidades de su hija

Sylvie era de las que compraban productos ecológicos. Le preparaba la comida a Mila pero dejaba la cocina patas arriba. Myriam y ella nunca estaban de acuerdo sobre nada, y en la casa reinaba un malestar concentrado, hirviente, que amenazaba cada segundo en transformarse en gresca. «Deja que disfruten tus padres. Tienen razón de pasárselo bien ahora que están libres», acabó diciendo Myriam a Paul

El destino es vicioso como un reptil, siempre se las arregla para empujarnos hacia el lado equivocado.»