Arthur Conan Doyle

Ella es siempre, para Sherlock Holmes, la mujer. Rara vez le he oído hablar de ella aplicándole otro nombre. A los ojos de Sherlock Holmes, eclipsa y sobrepasa a todo su sexo.

Muerta o viva, estatua o mujer, sombra o cuerpo, su belleza siempre era la misma; tan solo el verde brillo de sus pupilas estaba un poco apagado, y su boca, antes encarnada, era de un rosa pálido y tierno semejante al de sus mejillas.

«no hay objeto de estudio más digno del hombre que el hombre mismo»

O la memoria de la felicidad pasada es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido

La desgracia tiene variaciones. El infortunio se propaga sobre la tierra de todas las formas posibles. Se extralimita sobre el amplio horizonte como el arcoíris, con sus tonalidades tan múltiples, tan diferentes y tan íntimamente mezcladas

En la extraña anomalía de mi existencia, mis sentimientos nunca venían del corazón, y las pasiones siempre venían de la mente

Se entreabrieron, y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!

Sentí que solo su posesión podía devolverme la paz, restableciéndome la razón

Yo había hecho algo. ¿Qué era? Me lo pregunté a mí mismo en voz alta, y los susurrantes ecos del aposento me respondieron: ¿Qué era?

me habló, susurrando, de una tumba violada, de un cadáver desfigurado, sin mortaja y que aún respiraba, aún palpitaba, aún vivía.