Fue un lector tardío, un autodidacta que, al tomar conciencia de que ya no tendría tiempo para hacerse escritor, decidió convertirse en lector. Pero no un lector que lee con un objetivo académico o por simple placer intelectual, sino que lo hace teniendo plena conciencia de que en esa lectura se le va literalmente la vida. Leyó los libros con hambre, con avidez, con desesperación y también con gozo.