Francisco González López

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    Dana era la única mujer en nuestra clase de primero de Odontología, una de las dos que hubo ese año en toda la facultad
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    Si fuera ella quien estuviera escribiendo esto, diría que yo era un estudiante de posgrado anormalmente alocado, sin interés por la odontología, y que ella me hizo la cruz desde el primer día de clase, cuando llegué tarde, con el casco de la bici bajo el brazo, y me senté justo enfrente del profesor con los pies fuera, en el pasillo, y solté un eructo en el silencio de una pausa, lo bastante alto como para que se escuchara tres filas más atrás. Pero ése era el único asiento libre, yo estaba demasiado agitado como para contener el torbellino digestivo, y siempre sacaba los pies por el pasillo porque no me cabían las piernas en el pupitre. Ella era la que quería que yo le diera un poco de variedad y color a su vida, eso habría dicho. Cuando le digo que lo único que he querido siempre es reflexionar sobre mi trabajo, ella no me cree
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    Los dientes son importantes. Los esquimales, por ejemplo, abandonaban a los ancianos en la nieve en cuanto perdían los dientes, aunque tuvieran buena salud. En nuestra cultura tenemos muchos privilegios y uno de ellos es poder no tener dientes
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    Eso es lo que decía, pero lo que realmente quería decir era: «Es todo lo que cualquier persona querría tener». Leah era todo lo que ella deseaba tener y Dana, que ella supiera, era todo lo que Leah deseaba
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    No! ¡Vete! ¡No te sientes aquí! ¡Sofá mío!
    Sólo se comía las gachas de avena si se las daba yo. Sólo yo estaba autorizado para vestirla. Si Dana o Lizzie o Stephanie la miraban, ponía cara de enfado y se echaba a llorar. Dana, tragándose su orgullo, la besó en la frente y Leah exclamó:
    –¡Aj! ¡Puaj
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    ¿Y si lo mejor para Leah fuera no hacerle caso? ¿Deberíamos pasar deliberadamente por alto su obsesión romántica tal y como habrían hecho nuestros padres con toda naturalidad
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    No sé cuándo lo veía, pero sé que lo veía porque a veces su tristeza se disipaba. Hace mucho tiempo, antes de que se apuntara al coro, cuando aún le daba el pecho a Leah unas cinco o seis veces al día, leyó un libro de algún escritor centroeuropeo sobre un hombre que tenía una esposa y una amante
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    Debo decir que Lizzie no tardó en darse cuenta de que estaba pasando algo. El hecho de que Lizzie sea la mayor, unido a su carácter observador, la sitúan en primera línea de fuego la mayor parte del tiempo y, a lo largo de estos años, muchas de nuestras batallas se han librado en su tracto digestivo
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    mitad de estas respiraciones soñolientas, aún ataviada con el traje del Antiguo Testamento y con el pelo recogido, Dana dijo:
    –Nunca más volveré a ser feliz.
    Observé su rostro en el espejo retrovisor. Dana estaba mirando por la ventana, y lo había dicho en serio. Quizá ni siquiera se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta. Dejé que la luz de los faros me guiara y no dije ni mu. Me pareció que no tenía nada que decir
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    Cualquier alimento pone en marcha el proceso digestivo, y éste puede ser doloroso o no. En efecto, es cierto que a Lizzie le duele el estómago todo el año, en todas las estaciones del alma, y suele vomitar mucho, igual que la hermana de Dana, Frances
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