A las ideas uno es como si las acariciara, ¿no? Les pasa la mano por encima y les va quitando las aristas, lo que sobra; las huele, primero despacito y después con más ganas y entonces ya dejan de ser transparentes y se ponen difíciles, como pesadas y retobadas y eso es peligroso porque uno tiende a abandonarlas, má sí, no sirve, dice uno, y se equivoca porque es ahí cuando sirven, cuando hay que domarlas, averiguar bien qués lo que se traen bajo el poncho.