Angélica Gorodischer

No sabía distinguir entre las ilusiones, los planes, los sueños y los múltiples repliegues de la realidad.

Adviertan ustedes que digo gobierno y no digo poder. Bah, el poder, decía ella y torcía el gesto, solamente el que se olvida del poder gobierna bien, decía. Y era cierto.

Extrañas profesiones eligen los hombres, ¿no creen ustedes? No quiero decir que haya oficios que son más pintorescos o más inesperados que otros. Quiero decir que las gentes no viven para ser, o tratar de ser, las mejores personas posibles, sino para agregar a su nombre títulos sonoros, secos y vacíos, ropajes falsos e innecesarios que terminan por suplantar a quienes aplastan y roban.

A las ideas uno es como si las acariciara, ¿no? Les pasa la mano por encima y les va quitando las aristas, lo que sobra; las huele, primero despacito y después con más ganas y entonces ya dejan de ser transparentes y se ponen difíciles, como pesadas y retobadas y eso es peligroso porque uno tiende a abandonarlas, má sí, no sirve, dice uno, y se equivoca porque es ahí cuando sirven, cuando hay que domarlas, averiguar bien qués lo que se traen bajo el poncho.

Lástima la oscuridad, pensó ella. Si hubiera sido de día se hubiera visto el color de la sangre, ese color sombrío, brillante y espeso, ese color que da tanto miedo porque es lento, como una amenaza, como los minutos cuando una espera.

A veces bordaba pero Quelita se lo prohibió porque dijo que se le podía caer una aguja y eso era peligroso porque ella, Quelita, podía sentarse encima y clavársela y que las agujas se mueven en el interior del cuerpo y si llegan al corazón lo pinchan y una se muere.

Cómo podían los otros vivir sin saber lo que yo sabía, sin saber que el mundo es un páramo en el que morimos de sed y la vida una lastimadura que se abre todos los días sin tregua y sin descanso.

¿Cambia la vida de una persona en un instante? ¿Da un salto, altera su ritmo, significa otra cosa, desvía sus objetivos, marcha en otra dirección? Es posible.

una novela en la que sólo las cartas de la mujer pudieran leerse y no se supiera nunca a qué cosas aludía, a qué preguntas contestaba, por qué decía lo que decía. Una novela desde este solo borde de la vida, en la que fuera el misterio y no la aseveración lo que saltara a los ojos de quien la leyera

mujer que escribe esas cartas de la novela que ella escribe, sólo sabría