El minimalismo narrativo que caracteriza su filmografía se reconoce también en Una familia en Bruselas; en este sentido, la cineasta opina que no hay diferencia entre lo narrativo y lo no narrativo. En este libro, escrito en 1998, poco después de la muerte de su padre, encontramos las mismas señas de identidad de la autora: el uso lacerante de la repetición; la alternancia de las voces que se entremezclan y resultan difíciles de discernir.