Mario Benedetti

Ahí tocó fondo su desesperación, y, paradójicamente, eso mismo le permitió rehacerse

“Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera.” Nadie me había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan vivificante

Lo cierto es que yo ignoraba que tenía en mí esas reservas de ternura.

Pero me temo que no podría aguantarlo diariamente.

Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero que era casi asfixiante, insoportable. Ahí, en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo.

Después fui perdiendo aun esa esperanza y llegué insensiblemente a la época en que empecé a contar a los extraños el fácil argumento de mi sueño. También llegué a olvidarlo.

Acaso mirábamos demasiado los números, las sumas, las restas, y no teníamos tiempo de mirarnos nosotros.

Donde ella esté, si es que está, ¿qué recuerdo tendrá de mí? En definitiva, ¿importa algo la memoria?

Yo mismo me siento a veces infeliz sin un motivo concreto.

A las cuatro de la tarde me sentí de pronto insoportablemente vacío.