–Estoy harta –dice–. No lo aguanto más.
Se pone la mano en la mejilla y cierra los ojos. Mueve la cabeza de un lado para otro y emite como un zumbido.
Me siento morir viéndola en ese estado.
–¿Qué es lo que no aguantas? –digo, aunque naturalmente sé a lo que se refiere.
–No tengo por qué explicártelo otra vez con pelos y señales –dice ella–. He perdido el control. He perdido la dignidad. Antes era una mujer orgullosa de mí misma.
Es una mujer atractiva de poco más de treinta años. Es alta y tiene el pelo negro y largo, y ojos verdes. La única mujer de ojos verdes que he conocido en toda mi vida. Antes, en otros tiempos, solía decirle cosas sobre sus ojos verdes, y ella me decía que gracias a ellos tenía la certeza de que estaba destinada a algo especial.