Teresa Wilms Montt

Llegué a tu nicho, a tu estrecha caverna miserable, y tuve el deseo de volverme terciopelo para arroparte, envolverte en mí, para darte una impresión de amor; para que no te dieras cuenta, criatura mía, que todos te tomaban como a un objeto inservible.

todo mi cuerpo se insensibiliza al solo recuerdo de tu ausencia eterna.

pueden decirme que sustraiga mi pensamiento de tu recuerdo?

La vibración del dolor ha destruido la orquestación divina, que, en lírica unión con todas mis cuerdas íntimas, amenizaba las fiestas de mi alma.

el dolor de haberte perdido es el único lazo humano que nos une para siempre.

Grave criatura del gesto eterno, que me señalas, en augusto ademán, la ruta luminosa del Infinito.

Siento en mis manos todo el peso de mi cabeza, como si la vida de todos los seres humanos se hubiera reconcentrado en ella.

Turbada de misterio, sin saber qué era de mí y dónde estaba, quise huir, y en mi ansiedad loca tropecé en las oscuridad con un cuerpo que al caer dio un golpe seco.

Turbada de misterio, sin saber qué era de mí y dónde estaba, quise huir, y en mi ansiedad loca tropecé en las oscuridad con un cuerpo que al caer dio un golpe seco.

Soy una niña vieja, Anuarí; mis venticuatro años me llevan a la rastra, como aplastada por un fardo de troncos. Sólo puedo, de vez en cuando, levantar mis ojos al cielo para asegurarme de que allí en el infinito hay dos manos, las tuyas, que se me tienden abiertas como dos alas.