Ya sabes que de las Euménides que me persiguen, la más feroz es la de la compasión. Me dejo caer en gotitas empalagosas sobre el agente provocador y luego lo detesto tanto, que me gustaría sacarlo al aire y al sol, para que sea exterminado en una repentina invasión de moscas y de hormigas. Y así estuve toda la tarde de hoy, segregando miel, como una colmena vieja y vengativa