A mitad de clase, me envía una nota. Ha dibujado telarañas en los bordes. Mañana llegaré puntual, dice. La nota me arranca una sonrisa. Después la guardo en la mochila, dentro del libro de texto de francés, para que no se arrugue ni se rompa. Cuando todo haya acabado, quiero guardarla para poder mirarla y recordar qué se sentía al ser la novia de Peter Kavinsky. Aunque todo haya sido de mentira.