Más allá de la franca repugnancia que me pueda producir dormir en un prostíbulo o en un hotel pulgoso y sucio, tengo el sentimiento constante de que, aunque la pobreza puede ser llevada con dignidad, nunca debe ser exaltada. Romantizarla desde una posición de privilegio –la del extranjero que en cualquier momento puede abandonar esa situación si lo desea– es una trampa ideológica.