López Austin

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    Los mitos explican la presencia del conejo en la cara de la Luna. En un mito de los mexicas registrado por fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, se dice que antes de que existiese la luz solar se reunieron los dioses en Teotihuacan y se preguntaron quién se haría cargo de iluminar el mundo.1 Un dios rico, llamado Tecuciztécatl (El Originario del Lugar del Caracol Marino), se ofreció para alumbrar la superficie de la Tierra; pero los dioses deseaban que lo acompañara otro candidato. Nadie manifestó el valor de hacerlo, y cada uno de los que eran propuestos se excusaba. Los dioses hablaron por fin a un dios pobre y enfermo, Nanahuatzin (El Buboso), diciéndole: “Sé tú el que alumbres, bubosito”, y el dios enfermo aceptó el cometido.
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    Cuatro días se mantuvieron en penitencia ambos elegidos sobre los dos enormes promontorios de las pirámides del Sol y de la Luna. Tecuciztécatl llevó como ofrendas las plumas preciosas del pájaro quetzal y bolas de filamento de oro para encajar en ellas las espinas de autosacrificio. Las espinas no eran puntas de maguey: unas eran púas de piedras preciosas; las que debían estar cubiertas de sangre eran de coral rojo. La resina aromática que quemaba Tecuciztécatl como ofrenda era la más fina. En cambio Nanahuatzin, el enfermo, llevó al lugar de la ofrenda tres manojos de tres cañas verdes, bolas de heno para encajar las púas, y las puntas de maguey con las que se había punzado el cuerpo, untadas con su propia sangre. En lugar de resina aromática, Nanahuatzin quemó las postillas de sus bubas.
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    Acabada su penitencia, los dos dioses fueron preparados para el sacrificio. Tecuciztécatl fue ataviado con un plumaje llamado “olla de plumas blancas” y un chalequillo de lienzo. Los vestidos de Nanahuatzin, en cambio, fueron de papel. Cercano ya el tiempo del sacrificio, se encendió una gran hoguera preparada para la próxima cremación de los dos dioses. Cuatro días se mantuvo el fuego, y en la última noche se ordenaron los dioses en dos filas, mientras que los dos destinados al sacrificio se pusieron frente a la hoguera. Los dioses pidieron a Tecuciztécatl que se arrojara primero. Como dios rico, le correspondía tal honor. Tecuciztécatl trató de lanzarse a la hoguera; pero se arredró al sentir el calor de las llamas. De nuevo lo intentó, fracasó y retrocedió en cuatro ocasiones. Entonces, como no era permitido hacer un quinto intento, los dioses se dirigieron al dios enfermo: “¡Ea pues, Nanahuatzin, prueba tú!” El dios enfermo cerró los ojos y se arrojó al fuego al primer intento, provocando el crepitar de la hoguera. El dios rico, arrepentido de su cobardía, siguió a su compañero. Ambos fueron consumidos por las llamas.
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    Tras la cremación de Nanahuatzin y Tecuciztécatl, los demás dioses se sentaron para esperar el nacimiento del Sol. Todo el cielo estaba enrojecido por el alba; pero los dioses no sabían por dónde surgiría el astro. Algunos, entre ellos el dios del viento (Quetzalcóatl), acertaron al decir que el Sol nacería por el oriente. Salió por fin Nanahuatzin con todo su fulgor, convertido en Sol, y después salió Tecuciztécatl como Luna, también por el oriente y con la misma intensidad de luz.
    Los dioses quedaron perturbados. No era conveniente que hubiera en el cielo dos astros que alumbraran con igual fuerza. Por ello acordaron que el brillo de la Luna fuera disminuido, y uno de los dioses fue corriendo a golpear con un conejo la cara de Tecuciztécatl. Desde entonces su luz quedó ofuscada y la cara del astro conservó la mancha oscura del golpe del cuerpo del conejo.
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