A un Pancho Villa, por ejemplo, no lo guía un pensamiento demasiado profundo, sino una mezcla fascinante de impulsos justicieros y comportamientos brutales. Su alma, como dijo Martín Luis Guzmán, era la de un jaguar. La gente, si se acercaba, podía esperar razonablemente que le alcanzaran sus dentelladas. Pero, al mismo tiempo, podía ser un hombre preocupado por los más humildes, amante de los niños, tierno incluso.