Daniela Armijo

Siempre hay un amuleto que marca el paso de la vida a la muerte

Ese amuleto es como una puerta que se abre para dejar pasar al muerto. Los vivos tenemos que cerrarla para que nuestra alma no se escape por ahí.

—Hay que tener cuidado con una bestia así. Si te muerde, las cicatrices viejas de tu cuerpo se abren para dejar salir la sangre envenenada.

La locura ante la selva es un tema frecuente en la literatura. Desde las visiones de Lucano hasta las distintas versiones del viaje sin retorno emprendido de El corazón de las tinieblas, de Conrad, Occidente ha extraviado el alma en el ardor del trópico. En la selva se pierden la cordura, la civilidad, la salud. En el ámbito latinoamericano hemos leído los delirios ordenados de Quiroga, Rivera y Guimarâes.
Daniela Armijo le da la vuelta a esa tradición y en sus cuentos nos invita a ver la selva con otros ojos.

Con una prosa cristalina y medida, Daniela Armijo conjura para sus lectores un puñado de evocaciones sobre el poder de la vida selvática, último resquicio donde la humanidad y los animales pueden, todavía, mirarse cara a cara como en el alba de los tiempos.

Volvió a fijarse en la escultura y notó que se había equivocado: los ojos del Cristo estaban abiertos, sólo que sin pintar. Una mirada de madera, ciega y terrible, congelada frente a él.

“Los muertos son buena compañía”.

Escribo esto con la única mano que me queda. La otra flota en un frasco con formol. Estoy acostado en una cama. No me puedo mover. El cuerpo me arde, huele a solvente. Giro la cabeza. ¡Es tan espantoso lo que veo! Cierro los ojos y los monstruos no desaparecen, siguen ahí, clavados en la pared, esperando. ¿Sabrán que soy el siguiente? Pascuala se fue, pero volverá. Uno de los chinos vigila la puerta: lo vi cuando ella salió. Estoy encerrado. Mi único destino es la muerte que me convertirá en uno más de estos terribles seres que tengo frente mí, con los ojos perdidos en la nada. No sé cuánto tiempo llevo aquí, en esta choza en medio de la selva. Recién despierto después de haber perdido la conciencia.

pozol… Qué deliciosa bebida, excelente para el calor. Con el primer trago sientes que la masa fresca te revitaliza. ¿Cómo hubiera podido saber que me conduciría a la muerte?

Eso había sido idea de Beto, siempre con esa nostalgia de Indiana Jones, esa carencia de lo rural, pero que se mire ahora, quejándose como un niño porque lo mordieron los bichitos.