Carmen Ocaña Ordóñez

Otras veces pienso que la gravedad es amor, porque nos exige que caigamos rendidos a sus pies.

—¿Por qué yo?

Diego ladeó la cabeza y me miró con sus ojos marrones verdosos antes de decir:

—Porque contigo puedo ser yo mismo, aunque aún no sé quién soy.

—Oh.

Sonrió de forma encantadora.

Diego era la única variable que ninguna ecuación podía predecir. Y que yo estuviera en modo supervivencia durante los próximos setenta y cinco días no significaba que no pudiera divertirme.

Diego se rio, y yo quise guardar ese sonido en un bote para cuando la risa escasee.

Cuando Diego me besó, olvidé todos los besos que habían existido antes. Sus besos eran impacientes pero cautos. Se balanceaban al borde de perder el control, y lo imaginé pintando con el mismo fervor, desnudo de cintura para arriba y cubierto de manchas de más colores de los que el ojo humano puede percibir. Me temblaban los brazos, apenas podía respirar, pero lo acerqué a mí más que a una manta en la noche más fría.

Enrollarme con Marcus siempre me había dado la impresión de que era como una carrera hacia la línea de meta. Con Diego, me sentía como si ya hubiera ganado.

El dolor tiene su manera de grabar los recuerdos. Los une a un momento concreto para que jamás lo olvides, y yo no quería olvidar.

Nunca pensé que esto pasaría. Supongo que me cuesta mucho creer en los finales felices

Me estoy dando cuenta de que en realidad no importa si tenemos un final feliz o no. Ahora mismo somos felices. Y eso es lo que importa, ¿verdad?

Tenía novia. Llevaban dos años saliendo, desde que tenían quince. Quería a Debra