Para que el hijo no se aburriera, le daba los volúmenes de las enciclopedias. Casi puedo verlo: un nene de seis años con un nivel de lectura sorprendente para su edad, sentadito en una silla de cuero con las piernas cruzadas, metido adentro de uno de esos libros gordos de cubierta verde. A veces el polvo lo hacía estornudar. Borges podía pasarse horas con la Enciclopedia Británica, que lo llevaba por países remotos o le hablaba de mitos y seres imaginarios. Fue en la Biblioteca donde le nació la pasión por las enciclopedias, que lo iba a acompañar toda la vida. Fue también ahí donde empezó a sentir que el mundo podía contarse como una serie infinita: de palabras, de objetos, de personas, de ideas.