“Yo te ayudaré con la exposición”, le prometió Nickolas. Y lo cumplió, no sólo como amante sino como compañero: la apoyó con el embarque y desembarque de la obra, así como con la realización del catálogo. Por eso cuando Frida partió para Nueva York con su nuevo amor, sólo se despidió del señor Cui-cui-ri, que al hablarle la veía con sus ojos saltones. “Te dejo un encargo: no me vengas con cochinadas. Has de cantar la llegada del sol cada día, pues de ahora en adelante cada día es muy importante para mí”, y partió a su exposición.