F.G. Haghenbeck

Yo no voy a ser tu costal —escupió con coraje Diego, pues la traición no posee armas para defenderse de sí misma.

Yo no voy a ser tu costal —escupió con coraje Diego, pues la traición no posee armas para defenderse de sí misma.

El Mensajero era heraldo de su Madrina.

Se sorprendió al oír relinchar a un caballo, y al cabo de unos minutos vio emerger al Mensajero entre las sombras de los sauces. Sus ojos blancos resplandecían igual que el color del caballo.

Frida permanecía en silencio, pensando en la mejor manera de advertirle a Trotsky que una bala acabaría con su vida.

—El que no entiendes eres tú. Déjalo ir, estará mejor sin mí en su vida. Ya he hecho mucho más de lo que esperaba.

Diego comprendió de golpe todo lo que había pasado bajo sus narices. Frida se había vengado, pero lo que no sabía es que esa revancha no le resultaba dulce, le dejaba un desagradable gusto a naranja pasada y agria.

El día en que Trotsky dejó la Casa Azul, escribió: “Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia, y la disfruten plenamente”.

Los dos deseábamos sólo eso: un mundo mejor. ¿Quién no lo desea en la vida…?

Huachinango al cilantro

Estaba alejada de todo, totalmente sumergida en un éter temporal que vuelve a las mujeres más diestras en unas completas atolondradas. Ese perfume adormecedor sólo posee un nombre: amor.

los veintiún años ya era uno de los fotógrafos más famosos en los Estados Unidos, y era solicitado en revistas como Harper’s Bazaar y Vanity Fair. Era el príncipe azul perfecto: piloto de aviones, campeón de esgrima, amoroso padre de dos hijas, un mecenas generoso con los artistas y un devorador de arte moderno.