La buena carta exigía muchísimas condiciones, la mayoría de ellas negativas. Samuel Johnson, en carta a Mrs. Thrale, recomendaba como modelo de arte epistolar la carta exenta de afecto, de juicio, de consejo, de alegría, de noticias o de secretos (22 de octubre de 1777). O, como diría Gracián hablando rencorosamente de Valencia: "llena de todo lo que no es sustancia". Y si en este género es notorio que han descollado muchas mujeres, será porque ellas —salvo la "basbleu", la marisavidilla y otros monstruos que hoy por hoy las han heredado— son naturalmente capaces de entregarse heroicamente a lo inmediato, sin disolverlo en las abstracciones de lo impersonal y lo intemporal, a que es inclinado —por educación y temperamento— el pensamiento propiamente varonil, reflexivo y discursivo por excelencia.