Las computadoras personales, a estas alturas ya lo sabemos bien, son el gran atentado moderno contra el voyeurismo. Desde el momento en el que se instala una de estas máquinas en el escritorio de alguien que vive solo, no sólo comienza un proceso degenerativo irreversible de su personalidad, sino que se cancela la posibilidad de que dicha persona haga algo interesante para el vecino voyeur. Imposible, desde que existe Facebook, que alguien cometa un crimen en su sala o se haga de un buen affaire (bueno, bonito y fácil de terminar)