Un viaje a la playa narrado desde el asiento de atrás del auto familiar se vuelve un paréntesis en el espacio y en el tiempo. Como en la foto que improvisan los personajes de Prontos, listos, ya, la infancia está detenida para siempre en una cinta magnética que no podemos dejar de pasar. Un libro rupturista y luminoso que a más de diez años de su publicación original mantiene la potencia de una voz única en la literatura contemporánea.