Ana tiene diecisiete años y no le gusta el mundo que la rodea. Rechaza a una madre que se cree que puede salvar el planeta vendiendo bolsos fabricados con materiales reciclados y a un padre que se resigna a la progresiva degradación de sus condiciones de trabajo en la radio.
Por eso se va del hogar que supuestamente debe protegerla y entra en una casa okupada. Allí, al calor de compañeros que han buscado refugio de la ferocidad de los salarios precarios y del desalojo paulatino de los habitantes de los barrios por franquicias, hoteles y apartamentos turísticos, se entrega a la única vida que para ella tiene sentido: la de vivir en una comunidad de resistencia, en la que no se descarta la violencia. Desde su casa okupada en Lavapiés, en un Madrid de ahora mismo que podría ser cualquier otra gran ciudad, deciden plantar cara a las exigencias de una sociedad que va eliminando a los más débiles.
Mientras tanto, sus padres intentan conseguir que regrese a casa al mismo tiempo que se esfuerzan en no dejarse triturar por un mercado laboral cada vez más despiadado.