Sylvia Plath forma parte de esa larga lista de autores que escribieron sobre la muerte. Y después se quitaron la vida. Sus poemas están llenos de belleza y de dolor. Pero esta carta, dirigida a su madre, va en contra de esa tendencia. Tiene una gran energía vital. Sylvia está feliz porque escribió los mejores poemas de su vida y porque está enamorada del escritor Ted Hughes. Un texto lleno de escenas de entrecasa y de felicidad serena, en el medio de una vida que fue tormentosa. Lee la actriz Julieta Ortega.
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Domingo por la mañana. 29 de abril de 1956
Mi muy querida y maravillosa madre:
Estoy tan repleta de amor y alegría que apenas puedo parar de bailar, escribir poemas, cocinar y vivir. Duermo ocho horas por las noches y me levanto alegremente con el sol. Bajo mi ventana veo ahora nuestro huerto con un cerezo rosado en plena floración, lleno de tordos que trinan, justo debajo.
He escrito los siete mejores poemas de mi vida, junto a los cuales el resto parecen balbuceos infantiles. Cada día aprendo a utilizar nuevas palabras y mi manera de utilizarlas es más ebria que la de Dylan, más dura que la de Hopkins, más joven que la de Yeats. Ted me lee con su potente voz y es mi mejor crítico, como yo lo soy de él.
Físicamente, nunca me había sentido tan sana: irradio alegría y amor como el sol. Estoy ansiosa por someterte al calor de sus rayos. Piensa que tengo intención de dedicar dos semanas completas de mi vida a ocuparme plenamente y con especial ternura de ti. Ya he reservado habitaciones. Alrededor del 22 partiremos para París, donde los dos o tres primeros días te lo organizaré todo para que puedas orientarte y luego me iré a escribir, tomar el sol y cocinar. ¡Tal vez incluso aprenda a pescar!
Esta semana Ted está aquí y ahora me he convertido en una mujer de la que podrás sentirte orgullosa. Con repentino sobresalto comprendí que, aunque él es el único hombre en el mundo para mí, aun así, sigo siendo fiel a la esencia de mi persona. Y sé quién es esa persona… y estoy dispuesta a vivir con ella a través del sufrimiento y el dolor, sin dejar de cantar —aun en medio de la angustia y la pena— el triunfo de la vida sobre la muerte, la enfermedad y la guerra y todas las imperfecciones de mi querido mundo.
Lo sé con una profunda, firme certeza, desde la cabeza hasta los pies, y habiendo visitado el otro lado de la vida, sé que todo mi ser será un solo canto de afirmación y de amor durante mi vida entera. Loaré al Señor y sus deformes criaturas. Mi vida será una constante búsqueda de nuevas maneras y palabras para expresarlo.
Ted es increíble, madre. Siempre lleva el mismo jersey negro y una chaqueta de pana con los bolsillos llenos de poemas y horóscopos. ¡Figúrate, en su libro de horóscopos dice que las personas de escorpio tienen la nariz chata!
¡Lo que consigo cocinar en un solo fogón de gas! Ted es el primer hombre que realmente aprecia la comida… Ayer entró por la puerta con un paquete de pequeñas gambas y cuatro truchas frescas. Preparé un néctar de gambas, a base de mantequilla, crema, jerez y queso; lo comimos con arroz para acompañar las truchas. Tardamos tres horas en pelar las diminutas gambas; después de comer, Ted se tumbó junto al fuego ronroneando de placer, como un gigantesco Goliat.
Su buen humor es la sal de la tierra; jamás me había reído tan a gusto en mi vida. Me cuenta cuentos de hadas, de reyes y caballeros vestidos de verde, y ha inventado una maravillosa fábula acerca de un pequeño hechicero. Me cuenta sueños, maravillosos sueños de colores, sobre unos zorros rojos…
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