En esa ficción alegórica, Hawthorne prevé un momento en que los hombres,
hartos de acumulaciones inútiles, resuelven destruir el pasado.
En el atardecer se congregan para ese fin, en uno de los vastos territorios del oeste de
América.
A esa llanura occidental llegan hombres de todos los confines del mundo.
En el centro hacen una altísima hoguera que alimentan con todas las Genealogías, con
todos los diplomas, con todas las medallas, con todas las órdenes, con todas las
ejecutorias, con todos los escudos, con todas las coronas, con todos los cetros, con todas
las tiaras, con todas las púrpuras, con todos los doseles, con todos los tronos, con todos
los alcoholes, con todas las bolsas de café, con todos los cajones de té, con todos los
cigarros, con todas las cartas de amor, con toda la artillería, con todas las espadas, con
todas las banderas, con todos los tambores marciales, con todos los instrumentos de
tortura, con todas las guillotinas, con todas las horcas, con todos los metales preciosos,
con todo el dinero, con todos los títulos de propiedad, con todas las constituciones y los
códigos, con todos los libros, con todas las mitras, con todas las dalmáticas, con todas
las sagradas escrituras que hoy pueblan y fatigan la Tierra...