Se separa la aguja del disco, en medio del verso la rola se detiene bruscamente. Congelados todos en su lugar, en una Ciudad de México ochentera y un poco menos agreste, se encuentran Carolina, Daniel y Gav. La chava del reventón, el cantante y un músico de la Banda. Los tres en campo visual. Hasta ahí va la rola. Si se hubieran distraído no pasaba nada. Un punto equis en la vista periférica, un único momento tangencial sin importancia, que pasó así de rápido. El otro automóvil en el sentido opuesto de la calle. El cometa que pasa por el cielo nocturno dando un espectáculo de luz y soltando fragmentos incandescentes, pero que no se estrella contra la ciudad y provoca cataclismos. La hormiga que prefiere seguir transportando pedacitos de hoja y no reacciona al tropel de elefantes que viene por la selva. Ahí estuvieron las miradas. Los posibles sólo pueden entrar por los ojos. El deseo despierta a partir de la vista y vence con insistencia. Pueden olvidarlo, negarlo, ignorarlo o rehuirle una vez o dos. Y en el silencio el disco sigue girando...
Pero en medio del barullo y el ruido atronador del rockanrol, su mensaje intrascendente o impactante, de lo insignificantemente efímero de lo moderno, y más allá de las imágenes rebeldes, la niebla artificial y las luces psicodélicas y parpadeantes, los ojos que buscan encuentran. Y las broncas también. Será para la próxima vez. Sólo si se da. Nadie los iba a estar empujando. La aguja cae lentamente, para que la rola siga justo donde se quedó.